LME Week 2025: señales de un cambio tectónico en la industria de los metales

Por Juan Carlos Guajardo

Cada octubre, Londres se convierte en el epicentro de la conversación global sobre metales. La LME Week —la tradicional reunión de productores, traders, bancos, consumidores e inversionistas— es más que un evento comercial: es el lugar donde la industria toma el pulso del mundo. Y este año, el diagnóstico es claro: estamos entrando de lleno en un período de transformaciones tectónicas, movimientos lentos pero profundos que están redefiniendo la manera en que la minería y los metales se insertan en la economía global.

Durante años se habló de cambios estructurales: la reorganización de las cadenas de suministro, la creciente rivalidad entre China y Estados Unidos, la redefinición del rol del dólar y el avance de políticas industriales dirigidas. Este año, esos fenómenos dejaron de ser hipótesis: hoy se manifiestan plenamente en los mercados.

En este contexto, el término “tectónico” no es una metáfora casual. Los cambios no son superficiales ni reversibles. En el centro del movimiento están las dos grandes potencias, China y Estados Unidos, que han asumido que la competencia ya no se resuelve solo en los mercados, sino en el control de las cadenas productivas, la energía, la tecnología y los recursos críticos.

En China, la política de “anti-involución” se ha convertido en un eje estratégico. Busca evitar la competencia interna estéril —empresas duplicando esfuerzos y erosionando márgenes— para reasignar recursos hacia los sectores donde el país puede consolidar un liderazgo estructural: energías renovables, materiales críticos, electromovilidad y manufactura avanzada. En la práctica, refuerza el poder monopsónico de China como comprador dominante de materias primas y productor global de bienes industriales, consolidando su influencia en la demanda de metales.

A su vez, Estados Unidos ha respondido con una política industrial defensiva: subsidios masivos, controles de exportación y estímulos energéticos destinados a reconstruir su base manufacturera y reducir dependencia estratégica. Ambos subsidian sus debilidades y priorizan poder y estabilidad antes que eficiencia.

Para China, esta estrategia debe funcionar: no puede permitirse una desaceleración profunda sin arriesgar su estabilidad política y social. Su economía necesita crecer para mantener cohesión; por eso es probable que veamos nuevos estímulos en el corto plazo.

En la LME Week, el cobre volvió a ocupar el protagonismo. Aunque sigue siendo el metal con perspectivas más optimistas, la discusión fue intensa con los escépticos, reflejando la división entre quienes ven un mercado con déficits estructurales y quienes observan señales de debilidad en la demanda, sobre todo por una posible agudización de la guerra comercial y los riesgos geopolíticos.

El optimismo se sustenta en que más de un millón de toneladas de producción de cobre de mina prevista para los próximos tres años ya no llegará al mercado por problemas operacionales en grandes yacimientos de Indonesia, el Congo y Chile. Este vacío ha sostenido precios sobre los 11.000 dólares por tonelada y alimentado proyecciones de nuevos récords para 2026, siempre que no se profundicen las tensiones comerciales.

Pero también hay inquietudes. El auge del oro y la plata, ambos en niveles históricos, sugiere que los inversionistas buscan refugio frente a la fragilidad del sistema financiero y fiscal. En paralelo, se perciben síntomas de fatiga industrial en Europa y cierta ralentización en la demanda manufacturera china.

Sin embargo, mientras los metales preciosos actúan como refugio, el resto del complejo metálico muestra una sorprendente resiliencia. A pesar de los shocks sucesivos —pandemia, guerras, inflación, tasas altas—, la economía mundial no ha caído. La demanda de metales sigue firme, impulsada por la transición energética, el gasto en infraestructura y el dinamismo de Asia. El riesgo, eso sí, es que esta estabilidad aparente oculte tensiones acumuladas que podrían desembocar en una crisis más adelante.

Más allá de los precios, otras dos señales destacaron en Londres.

Primero, los premios de cátodos fijados por Codelco alcanzaron un récord histórico. Esto refleja un mercado físico donde la oferta de material de alta calidad y trazabilidad es cada vez más escasa y valorizada. Segundo, los cargos de tratamiento y refinación (TC/RC) están bajo una presión inédita. El tradicional mecanismo de benchmark global —pilar del equilibrio entre mineras y fundiciones— podría estar quedando obsoleto. La expansión de la capacidad de fundición china, el cierre de plantas en Occidente y los cambios logísticos están empujando al mercado hacia un nuevo territorio.

Otro tema que cruzó todas las conversaciones en Londres fue la creciente dificultad para construir proyectos mineros y operar minas satisfactoriamente. Las empresas enfrentan un entorno donde las exigencias ambientales aumentan, los costos financieros se elevan, las comunidades demandan más participación y la permisología se vuelve cada vez más incierta y lenta. Todo esto ocurre justo cuando muchas minas enfrentan leyes más bajas, mayores profundidades y distancias de acarreo más largas —factores que tensionan la competitividad.

El resultado es un círculo complejo: el mundo exige más cobre, litio, níquel y otros metales para la transición energética, pero no necesariamente levanta barreras para producirlos. Esto tensiona la capacidad de respuesta de la oferta y aumenta el riesgo de desequilibrios prolongados.

Los altos precios del oro, la plata y el cobre no son simples excepcionalidades. Son síntomas visibles de un cambio estructural. Los mercados están revalorizando los metales no solo como insumos industriales, sino como reservas de valor, como cobertura ante la incertidumbre política y monetaria, y como expresión material del poder económico.

Las placas tectónicas de la industria se están moviendo: los mecanismos de formación de precios, las relaciones entre productores y consumidores, las cadenas logísticas y los incentivos de inversión. Se trata de una reconfiguración lenta pero irreversible.

Para países mineros como Chile y Perú, este panorama es una advertencia y una oportunidad. La industria minera debe leer estas señales con realismo. No basta con observar los precios: es necesario entender la dinámica geoeconómica que los sostiene.

El desafío es reposicionar a la minería en un contexto donde el valor no está solo en el mineral, sino en la capacidad de insertarse estratégicamente en las nuevas cadenas globales, asegurar trazabilidad, asociarse con consumidores finales y proyectar estabilidad institucional.

El mundo de los metales ha entrado en una nueva era. Quien no lo entienda a tiempo, quedará atrapado en el movimiento.

Fuente: Plusmining