Con una demanda global cercana a las 5.000 toneladas y un precio que supera los 4.000 US$/oz, 2025 no es simplemente otro año de registros históricos: marca la consolidación de un nuevo régimen para el metal.
Columna de Matías Marañón.
El oro deja de funcionar únicamente como termómetro de incertidumbre para convertirse en un activo estructural dentro de los portafolios globales. El desacople entre las tasas reales de los bonos del Tesoro estadounidense y el precio del oro es evidencia de esta transición.
El principal motor de este cambio son los bancos centrales de Asia, en particular China. Desde la pandemia, han incrementado sus compras a un ritmo más que doble respecto de los años previos y con escasa sensibilidad al precio, lo que configura un piso de demanda prácticamente inelástico. Los inversionistas institucionales parecen empezar a internalizar esta dinámica.
Mientras las autoridades monetarias mantienen alrededor del 20% de sus reservas en oro, las carteras institucionales apenas destinan cerca del 2%. En este contexto, los ETF respaldados en oro evidencian un resurgimiento y se encaminan a uno de sus mejores desempeños históricos.
El trasfondo de esta transformación es eminentemente geopolítico. La crisis subprime, la aceleración de la fragmentación global tras la pandemia y el uso extendido de sanciones financieras durante las últimas dos décadas han deteriorado la confianza en la arquitectura financiera occidental y acelerado los procesos de desdolarización. La discusión vigente en la Unión Europea sobre la eventual confiscación de activos rusos podría profundizar aún más esta tendencia. Para un número creciente de países, la interrogante ya no es si reducir su exposición al dólar, sino a qué velocidad. En este escenario, el oro se reposiciona como una herramienta monetaria de sistemas financieros alternativos.
Por el lado de la oferta, el sector enfrenta una paradoja: precios récord, pero limitada capacidad de expansión. La producción minera crece apenas 1% anual, por debajo de los registros históricos. Las leyes continúan deteriorándose y los costos totales marginales escalan a los 3.200 US$/oz. En consecuencia, predomina la disciplina de capital y la cartera actual de proyectos solo permite reemplazar capacidad agotada, más que aumentarla. Esto orienta a la industria hacia una mayor concentración y eficiencia, lo que seguirá impulsando fusiones entre majors y mid-tiers ante la escasa disponibilidad de crecimiento orgánico.
A estas restricciones se suman cuellos de botella geopolíticos y regulatorios. África combina un enorme potencial geológico con creciente inestabilidad política. En América Latina, la gobernanza social y la permisología frenan proyectos emblemáticos, como lo ilustran los recientes casos de Quebradona (Colombia), Loma Larga (Ecuador) y La Coipa (Chile).
Varias compañías globales están reevaluando su exposición a estas jurisdicciones y analizando una reconfiguración de cartera.
En conclusión, el oro está dejando de ser un refugio táctico para consolidarse como un pilar del emergente orden financiero multipolar. Favorecido por restricciones estructurales en la oferta, avanza hacia un superciclo menos visible que el del cobre, pero de implicancias geopolíticas considerablemente más profundas. Su papel será cada vez más central en la arquitectura financiera que se está configurando.
Fuente: Sonami