El acuerdo firmado entre Donald Trump y Anthony Albanese promete reconfigurar el mapa de los minerales críticos, la base invisible del poder industrial del siglo XXI.
Con más de US$8.500 millones en inversiones conjuntas y compromisos para acelerar proyectos en Australia, la narrativa oficial es clara: “romper la dependencia de China”. Pero bajo la superficie del entusiasmo político y bursátil, se esconde una pregunta incómoda: ¿puede Occidente realmente emanciparse de la estructura industrial china que lleva tres décadas consolidándose?.
El pacto tiene un mérito innegable: coordinar inversión pública y política industrial entre aliados, algo que ni la administración Biden ni las anteriores habían logrado con esta escala.
La designación de proyectos concretos —Arafura, Alcoa–Sojitz, Sunrise, entre otros—demuestra que Washington ha pasado de la retórica a la acción.
Sin embargo, los plazos son el talón de Aquiles ya que construir una cadena de valor integrada de tierras raras lleva 8 a 10 años y miles de millones en capital intensivo.
Mientras tanto, China controla más del 70% de la producción y el 90% del refinado mundial. El desafío no es solo geológico, sino también industrial. Incluso las nuevas minas australianas seguirán dependiendo de tecnología, insumos y know-how chino en etapas de separación y refinamiento. Es decir, Occidente puede tener las rocas, pero China tiene predominio en la química.
El intento de “soberanía minera” se convierte así en la paradoja de que, para competir con China, hay que usar los mismos laboratorios, hornos y procesos metalúrgicos desarrollados bajo su paraguas.
Trump presenta este pacto como parte de su política de “dominancia energética y mineral”, enmarcada en la narrativa del America First, pero la alianza con Australia tiene un componente más táctico que estructural pues busca asegurar suministros militares (AUKUS y defensa naval).
Australia, mientras tanto, obtiene capital, pero tiene el desafío de no quedar en la etapa extractiva sin capturar valor agregado local.
Dominar la cadena mineral completa no garantiza el éxito geoeconómico, pero sin dominarla, no es posible competir en la primera línea del siglo XXI. En ese tablero, China ya juega en la liga mayor pues Occidente, incluso con grandes anuncios, sigue reaccionando y no anticipando.
Mientras el acuerdo de Trump y Albanese acelera proyectos en Australia, Beijing avanza en África y América Latina, asegurando contratos de largo plazo para litio, cobalto y grafito. Será interesante observar los siguientes pasos de Estados Unidos y China en América Latina y especialmente en países como Argentina, Brasil, Chile y Perú, con grandes recursos mineros, ya que si bien han estado tradicionalmente bajo la influencia política de Estados Unidos, China ha avanzado fuertemente en presencia económica.
El pacto EE.UU.–Australia no es una revolución, pero sí un intento serio de recuperar control industrial. Su éxito dependerá de si logra crear una red de valor compartida entre democracias industriales que abarque desde la minería hasta el procesamiento, o si termina siendo otro espejismo de autosuficiencia en un mercado que, en realidad, ya está definido por la interdependencia global.
La historia enseña que los recursos naturales no garantizan poder. La inteligencia estratégica para transformarlos en industria, sí.
Fuente: Plusmining